El resumen de los Encuentros con… de febrero 2025 está a cargo de Marta de Mier, Sara Oceja, Saray Ortiz, Guzmán Serrano y Xabier Vázquez, psicólogas y psicólogos en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica de CIPSA.

La soledad se ha convertido en un problema de salud pública. Según el Observatorio Estatal, un 11% de los españoles han experimentado sentimientos de soledad, mientras que, a nivel internacional, más de un tercio de las personas mayores de 45 años se sienten solas. Además, numerosos estudios han demostrado que la soledad aumenta el riesgo de mortalidad, lo que confirma su impacto en la salud física y emocional.

La RAE define la soledad con términos como carencia, desierto y penuria. Jesús de la Gándara explica que estos tres elementos por separado podrían considerarse una soledad liviana, pero es la combinación de los tres lo que da lugar a la soledad maligna, aquella que se considera patológica y deteriora la salud. Sin embargo, aclara que la soledad en sí misma no es negativa, sino una condición inherente al ser humano que, cuando se gestiona bien, puede ser beneficiosa.

Existen distintos tipos de soledad, entre los que se mencionó la solitud —como la experiencia de quien decide viajar solo en barco alrededor del mundo o soledad pasional— y la soledumbre -que se podría considerar la más triste: la soledad en penumbra-. También se pueden distinguir diferentes niveles: la soledad ligera, que puede ser momentánea o no deseada; la soledad morbosa, que genera malestar emocional prolongado; y la soledad maligna o tóxica, que no solo afecta a nivel mental y social, sino que también se asocia con marcadores de inflamación y mayor predisposición al dolor y a enfermedades.

El aislamiento es especialmente preocupante entre los jóvenes, quienes cada vez son más solitarios. Ejemplo de ello son los hikikomori, personas que se aíslan por completo en sus hogares, o aquellos que, debido al teletrabajo, apenas tienen contacto social.

Superar la soledad implica, en gran medida, encontrarse a uno mismo. Muchas personas solitarias comparten rasgos como la inseguridad o la introversión, pero existen formas de transformar la soledad en algo positivo. Jesús sugiere algunos “comprimidos” contra la soledad: la palabra y la conversación como herramientas de conexión; la belleza, a través del arte o la naturaleza, como fuente de consuelo; la amistad, que nos permite construir relaciones significativas; y la solidaridad, que nos recuerda el valor de la compañía.

Pero la verdadera compañía no es solo estar con otros, sino compartir y conectar. Para ello, es necesario coexistir, es decir, compartir espacio con otros; convivir, interactuar activamente; conversar, intercambiar pensamientos y emociones; y compenetrar, establecer vínculos profundos.

Finalmente, Jesús plantea un trilema clave para enfrentar la soledad: mueve las manos, los pies y la lengua. Es decir, actúa, sal de tu zona de confort y comunícate. La soledad puede ser un enemigo silencioso, pero con las herramientas adecuadas, también puede convertirse en una oportunidad para el autoconocimiento y el crecimiento personal.

Como siempre un abrazo de 20 segundos para cada lector/a.


Marta de Mier, Sara Oceja, Guzmán Serrano y Xabier Vázquez
Psicólogos en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

Ángela Carrera Camuesco
Especialista en Psicología Clínica
Directora de CIPSA

 

 

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