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A veces, tendríamos que preguntarnos si estamos dispuestos a pagar el precio de empeorar lo que está por venir a causa de dejarlo pasar

Este año, en la asignatura Resolución de conflictos de mi cuarto año como estudiante de Psicología, empezamos con una cita a modo de reflexión:

El conflicto es un mal necesario que debemos abrazar como única alternativa para que las cosas mejoren”

En el ejercicio, esperaban que hiciéramos un texto explicando por qué pensábamos que esta frase era cierta o falsa, argumentándolo. Y más que pensar en si es bueno o malo, yo pensé en otra cosa.

Y es que, realmente, el “mal necesario” es no posponer un conflicto cual alarma a las seis de la mañana. De hecho, cuando creemos que es mejor dejarlo pasar o evitarlo es cuando se hace más grande. Podría hacer una metáfora con la clásica bola de nieve, pero de momento no.

En Psicología de los grupos se le denomina al conflicto más común “conflicto latente”. Está presente, se palpa en el ambiente. Las miradas matan, como diríamos. Y lo que es peor: no se habla de ello, al menos no quienes deberían.

Es de lógica que dejar pasar algo así es perjudicial tanto para el tiempo que perdemos sintiéndonos así de tensos como para las personas de alrededor que lo notan. La cuestión es… ¿cómo lo solucionamos?

Ya que cada conflicto tiene su fórmula, no hay una teoría única que resuma lo que debemos hacer en caso de estar pasando por uno. Sin embargo, podemos hacer un análisis con unas pocas herramientas: tú, tú mismo con respecto a los demás y los demás.

¿Qué necesitas para enfrentarlo? ¿Qué puedes decir para que lo solucionéis? ¿Qué ha ocurrido para estar así? Con unas pocas respuestas podemos conseguir que todo tome un poco de sentido.

El conflicto, a veces, genera incertidumbre, por ello posponerlo no es una opción. A veces la bola de nieve se mezcla con barro y mugre, eso es lo que no queremos. Se empieza a malinterpretar todo. Las personas que “le dan muchas vueltas a todo” terminan con una paranoia constante. Se meten personas que no tiene nada que ver.

Claro que hay personas que no crecen con lo necesario para enfrentar los conflictos. La valentía se aprende. Se aprende a decir que “no”. Se aprende a tener que poner límites a lo que uno está dispuesto a soportar. Todo esto no nos lo enseñan los libros, tampoco esta entrada de blog. Simplemente, un día nos despertamos capaces. Y lo solucionamos. Y ya está.

También pensé… que, si la existencia no es cómoda de por sí, sino que hay que hacerla cómoda a golpe de adaptarnos y seguir hacia delante, soy incapaz de imaginar años y años de quedarnos quietos ante un conflicto que nos toca de lleno y dejándolo pasar. No, se acabó.

Igual no es tanto buscar una solución haciendo cálculos sino zanjar el asunto y ya está. No todos tenemos la capacidad de ser resolutivos, tampoco de atrevernos a hacer lo que he mencionado en este blog. No soy un experto en conflictos, pero por mi experiencia personal en ambientes tóxicos sé que, si hubiera tenido el coraje de enfrentar la situación, no habría acabado todo tan fragmentado. Roto. Irreparable.

Y las relaciones cual muros, unos son más sólidos que otros. Somos nosotros quienes decidimos si la bola de nieve sólo choca con el muro y ya está, o si dejamos que se haga tan grande como para dejar grietas irreparables o, incluso, derribarlo.

Pablo Bárcena Fernández
Alumno en prácticas en CIPSA
Estudiante de cuarto año de Psicología 
Universidad Europea del Atlántico