Hola de nuevo a los lectores asiduos y nuevo hola para los que se estrenan. Vamos a hablar sobre cómo se forman las nuevas relaciones y los procesos implicados. Una de las alumnas del Master de Psicología quiere hablarnos de como la forma en la que interactuamos ha ido evolucionando con el tiempo; sin embargo, lo que siempre prevalece es la necesidad humana de establecer vínculos emocionales con los otros. En definitiva, las personas no estamos configuradas para vivir en soledad.
Ahora bien, las sociedades avanzan y con la nueva era digital, nuestra manera de relacionarnos con otras personas se ha visto influida enormemente por las nuevas tecnologías, los dispositivos, el lenguaje, la forma en la que socializamos… Pero no solo tienen impacto sobre el marco comunicativo, sino que han contribuido a la configuración de nuevos arquetipos de relaciones.
Pensemos por ejemplo en las redes sociales y las plataformas de citas. Lo que hace 50 años consistía en fijarse en la persona atractiva al final de la barra del bar y acercarnos a hablar con ella, encuentra ahora su análogo en deslizar a la derecha e iniciar un chat en Tinder. Este formato cuenta con determinadas ventajas, sí; hacer “match” de alguna forma nos confirma que le gustamos a la otra persona, nos muestran una breve presentación o biografía como si de un catálogo se tratara. Así nos es más fácil decidir si habrá compatibilidad entre lo/as dos. Pero también hay riesgos: ¿Se corresponde lo que vemos en una pantalla con lo que hay tras ella? Surgen también nuevas preocupaciones y fuentes de ansiedad: ¿Y si no se ajusta a mis expectativas? ¿Le gustaré cuando me vea en persona? ¿Será incómodo cuando nos encontremos por primera vez? ¿Habrá química?
Otra característica de la comunicación online es la premeditación del mensaje. Ni siquiera hace falta que pensemos en usar las palabras. Instagram ya cuenta con una serie de emoticonos predeterminados que usar para “reaccionar” al contenido de otra persona, y eso basta.
Hasta nuestras reacciones emocionales nos vienen dadas. A lo mejor por eso no es de extrañar que tengamos dificultades con la gestión emocional de las situaciones complicadas. La autorregulación emocional, la capacidad para manejar y controlar nuestras reacciones emocionales de acuerdo a las circunstancias, se nos presenta como un problema más.
Es una habilidad que no nos enseñan, pero que a veces tampoco nos permitimos aprender. Pensamos, escribimos, no nos convence, borramos, conviene usar otra palabra, mejor no decir esto porque igual nos malinterpreta, enviamos, anulamos envío, ya esperaremos a que nos escriba el otro. Podemos meditar y re-meditar lo que vamos a decir o la forma en la que contestaremos (hay tantas posibilidades…), incluso si preferimos responder en un par de horas, cosa que en una interacción cara a cara es impensable.
Al mismo tiempo, quien está al otro lado de la pantalla lleva horas nervioso consultando repetidamente el móvil a la espera de un mensaje. De nuevo, un manantial de inseguridades, ¿se habrá cansado de mí?, ¿será que ya no le intereso?, seguro que me está ignorando, a lo mejor está ocupado pero, ¿y si es que está hablando con otra persona que le gusta más que yo? ¿por qué no me escribe?...
Empieza a oler a “ghosting”. El ghosting es un fenómeno social característico de estas aplicaciones. Consiste en terminar cualquier tipo de comunicación con la otra persona, espontáneamente y sin aviso, normalmente hasta de forma imprevisible. Podríamos decir que la preocupación por que nos hagan ghosting es como una nueva variante del miedo al abandono o al rechazo.
También en los últimos años se ha ido popularizando el término de “responsabilidad afectiva”. Alude principalmente a la necesidad de una comunicación clara basada en el respeto, siendo conscientes de que las cosas que hacemos y decimos repercuten en los demás. Así, se incluiría aquí el saber cómo trasladarle a una persona cuáles son nuestras expectativas, nuestras intenciones o lo que sentimos cuando nos involucramos con alguien. No solo importa, como mencionábamos antes, la autorregulación emocional, sino también empatizar con la gestión emocional de los otros. En esto se basa la inteligencia intrapersonal - de uno mismo - e interpersonal - de los demás -.
Por eso son fundamentales la comunicación asertiva y el manejo de habilidades sociales. Curiosamente, es en las redes donde con frecuencia, se divulgan vídeos y publicaciones que explican cómo deberíamos tratarnos unos a otros al relacionarnos, cuando probablemente es el ghosting el mayor exponente actual de la “irresponsabilidad afectiva”. Si era inviable “dejar en visto” a una persona que tienes delante, ante la barrera física que supone la pantalla, es más fácil desentenderse de la responsabilidad de responder a la otra persona, y así de simple, terminan las relaciones.
En un mundo moderno repleto de relaciones esporádicas, rollos de una noche, parejas abiertas o “amigos con derechos”, sumado a la volatilidad de estos vínculos, nos puede invadir el miedo a la ruptura de algo que, en otros casos, quizás ni tenía nombre. Deshacernos de las etiquetas, a veces por miedo al compromiso o a una implicación emocional profunda, supone manejar una vinculación que está sin definir.
Pero por otro lado, abrir nuestro corazón en internet está a la orden del día. A muchos no les resulta difícil hablar con un completo desconocido a través de mensajes. De hecho, sentimos que les conocemos tanto que ya no se trata de meros extraños. Con un par de horas al día chateando, ya hemos obtenido toda la información que en otra época nos hubiera costado meses de encuentros casuales y citas. Sabes cuál es su comida preferida, cuántos hermanos tiene, y si os habéis atrevido a poneros íntimos, conoces hasta su postura sexual favorita. ¿Pero realmente es suficiente la interacción virtual, carente de contacto físico y comunicación no verbal, para comenzar una relación afectiva con una persona? Hay diversas opiniones al respecto, pero lo que está claro es que a día de hoy, parece que sí supone un gran paso para conocer a las personas y entablar un vínculo emocional. Lo que ocurra en adelante, dependerá del interés y el esfuerzo a manos de cada uno, tanto con sus ventajas como con sus inconvenientes.
A pesar de los riesgos que comentábamos, no deberíamos dejar crecer el alcance, magnitud y frecuencia de estas inseguridades, permitiendo que dominen nuestros pensamientos. Cuando nos vemos intentando asimilar un desamor, tendemos a culpabilizarnos irracionalmente por aquello que podría haber sido y no fue, por lo que pudo salir mal, continuamente buscando explicaciones, pero incapaces de obtener una respuesta clara. La vida sigue. Parece un lema sacado de una taza de Mr. Wonderful, pero no es ninguna mentira o mantra barato. La baja tolerancia a la frustración y el derrotismo se apoderan de nosotros y a veces nos nubla la vista. Pensar en lo que nos depara el futuro es como mirar al horizonte de noche y no distinguir entre el cielo y el mar, todo se ve negro. Nada más lejos de la realidad. Podemos ser felices igualmente, sin tener que evitar constantemente el dolor que supone una pérdida o el miedo a la soledad. Ya encontraremos a alguien, quizás no. Quizás un día pides un café en un bar y ahí, al final de la barra, alguien te sonríe. Mientras tanto y como siempre un abrazo de 20 segundos para cada lector/a.
Andreína Enriquez No Psicóloga en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA
Ángela Carrera Camuesco Psicóloga Clínica y directora de CIPSA
Imágenes: Created by alvaro_cabrera, valeria_aksakova ~ Freepik ~ monstera ~ Pexels
|