Intentar ser felices nos hace infelices

Hola de nuevo a los lectores asiduos y nuevo hola para los que se estrenan. El post está a cargo de Mª Andreina Enríquez, psicóloga en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica de CIPSA. El enfoque es desde la cultura de "imposición" de la felicidad que nos lleva a querer perseguirla en forma de momentos de euforia que nos reportan placer y satisfacción, y que a su vez coincide con una patologización del malestar emocional.

¿Qué es la felicidad? Definirlo es una tarea ardua sin duda. Aunque de alguna manera todos sabríamos entender a qué nos referimos con felicidad, ponerle palabras para describirla es muy difícil. La felicidad se nutre de numerosos y profundos significados, pero en definitiva, se trata de un estado de ánimo caracterizado por dotar a la persona con un enfoque positivo de la realidad que percibe.

Cuando se habla de felicidad, es interesante poner sobre la mesa dos conceptos para comprender a qué nos estamos refiriendo. Por una parte, podríamos estar hablando de “eudaimonía”, un término griego que alude a un estado de satisfacción o bienestar por la situación de la vida de uno. Esta palabra se traduce también como “estar bien” o “vida buena”, y en general es un concepto que se relaciona con el desarrollo personal y la sensación de auto eficacia. Por otro lado, podríamos contemplar la felicidad desde el hedonismo; es decir, como la experiencia de placer que se deriva de la realización de actividades gratificantes.

Lo que podemos observar en la actualidad es que ha tenido lugar un cambio en la noción de felicidad. Mientras que antes las personas tendían a perseguir la felicidad como una meta a través de la autorrealización personal, ahora la felicidad se obtiene a través de momentos puntuales de placer del día a día, lo que la convierte en una experiencia volátil. Si bien es cierto que uno puede ser feliz tratando de buscar estas experiencias, se corre el riesgo de valorar su ausencia como “síntoma” de infelicidad. Esto a su vez acaba derivando en el “miedo a la felicidad”. Contextualizando las palabras de Paulo Coelho, “es mejor no probar del cáliz de la felicidad porque cuando nos falte, sufriremos mucho”.

En la sociedad del siglo XIX, la felicidad se impone culturalmente como una obligación, de tal forma que se nos exige ser felices constantemente, y además desde una idea de felicidad que procede del individualismo y el consumismo, como si fuera un producto que hubiera que poseer. Las redes sociales han contribuido mucho a esto, suponiendo el principal medio de comparación con el otro. Se comparte continuamente contenido con el que vemos a los demás disfrutar y siempre contentos, lo que nos lleva a plantearnos si nosotros no somos tan felices como podríamos serlo. Así, convertimos la posibilidad en deseo. Desde esta perspectiva en la que el hedonismo ha derrocado a la eudaimonía, encontrar el placer será cada vez más difícil cuanto más elevados sean los objetivos y los deseos.

Esta cultura de persecución de la perpetua felicidad es la que ha provocado que experimentar malestar se convierta en algo patológico. Si nos encontramos mal o nos sentimos tristes, es que algo malo nos pasa y que existe algún problema al que hay que ponerle solución. Sin embargo, cuando hablamos de emociones y sentimientos, entendemos que todas las reacciones emocionales son válidas, y no tienen por qué definirse como “buenas” o “malas”, independientemente del agrado o desagrado que nos provoquen. Experimentar emociones es inevitable, necesario, adecuado y adaptativo para nosotros como seres humanos si se dan en la intensidad, frecuencia y duración adecuadas a cada situación. Por lo tanto, sentir tristeza, frustración o enfado es completamente natural.

Irónicamente, este rechazo a sentir emociones desagradables, junto con la “necesidad” por experimentar continuamente la felicidad, es precisamente fuente de ansiedades, preocupaciones y sentimientos depresivos. Nos sentimos mal por no estar bien, y este bucle se convierte en un círculo vicioso. Deseamos experiencias idílicas y unos objetivos inalcanzables cuya frustración nos hace sentir infelices, y querer de nuevo buscar aquello que nos impida ser infelices.

Cada uno tiene su método para encontrar la felicidad, pero lo importante es aprender a ser feliz, porque sí, con el enfoque adecuado, el estado de felicidad puede adquirirse. ¿Cómo? Aprendiendo que la felicidad se consigue adoptando una actitud de aceptación ante la vida que tenemos, tanto con sus experiencias agradables y desagradables. Esto no significa resignación ante una vida con potenciales mejoras; la posibilidad al cambio también existe y es precisamente por esto que es fundamental configurarnos unos objetivos vitales, pero siendo capaces de tolerar la frustración si esta alguna vez llega. Las dificultades son desafíos a los que nos podemos enfrentar, que se pueden superar y de los que se puede aprender. Y este proceso de superación en sí mismo puede hacernos sentir felices.

Es cierto que no todo se reduce sencillamente a decidir ser feliz y ya. Pero un primer paso es la aceptación de nuestra vida, con sus condiciones y circunstancias (hacer lo que podemos con lo que tenemos); aceptarnos a nosotros mismos como seres únicos en la Historia y en el Mundo; entender qué es aquello que podemos cambiar y aquello que se escapa a nuestro control; Esto implica aceptar los momentos de malestar y la expresión de nuestras emociones con toda la gama que de ella puede desplegarse, ya que para poder gestionarlas, primero hay que saber reconocer cuándo estamos mal. Con esta filosofía, si que se puede ser feliz.

Como siempre, un abrazo de 20 segundos para cada lector/a. Que los abrazos también ayudan a aumentar el grado de felicidad.


Mª Andreina Enríquez
Psicóloga en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

Ángela Carrera Camuesco
Psicóloga Clínica y directora de CIPSA 

Imágenes: Created by Belle Co ~  Pexels

 

Así fue el Reencuentro con el Dr. Argumosa | Gastronomía: Placer y Salud

 

Gastronomía, Salud y Placer

El pasado miércoles 29 de marzo, en la Sala Laredo del Hotel Bahía en Santander, tuvo lugar el reencuentro con el Dr. Gabriel Argumosa Trueba: licenciado en Medicina, especialista en Traumatología y Ortopedia y divulgador gastronómico, miembro de la Academia de Gastronomía de Cantabria, presidente de la Cofradía de los Cocidos de nuestra comunidad y miembro de la Sociedad Cántabra de Escritores.

En esta ocasión, compartió con nosotros una deliciosa ponencia acerca de la gastronomía, y su relación con la salud y el placer. La charla comienza definiendo la gastronomía como “el arte que pone los sentidos y los sentimientos en acción”. En efecto, se estima que aproximadamente el 50% de las comidas que ingerimos son por puro placer. Sin embargo, solamente el 20% de las ingestas deberían serlo.

¿Qué influye en la decisión de qué comer?

A la hora de elegir un plato, tendemos a guiarnos por nuestras experiencias pasadas, donde nuestros sentidos juegan un papel más importante del que pensamos. Por ejemplo,

el olfato, es el sentido que puede evocar con más fuerza nuestros recuerdos (35%), seguido por la visión (5%), el oído (3%) y el tacto (1%). En ocasiones, elegimos en base a recuerdos idealizados (el sabor de las croquetas de nuestra abuela de cuando éramos niños o el olor a las sardinas en verano) y, otras veces, asociamos la ingesta de comida a eventos sociales como pueden ser fiestas, cumpleaños u otras actividades de ocio, ya que nos recuerdan a momentos felices de nuestra vida.

¿Qué sustancias de las que podemos encontrar en los alimentos son importantes tanto para la salud física, como para la mental?

Se ha comprobado que ciertos alimentos contribuyen especialmente al bienestar físico y mental, entre ellos los garbanzos. Esta legumbre resulta interesante y beneficiosa para nuestra salud, puesto que, según menciona el Dr. Argumosa, contiene una alta cantidad de triptófano, un aminoácido fácilmente digerible por su bajo contenido en grasa, que contribuye a tener un estado de ánimo más positivo al estimular la secreción de dopamina. Asimismo, favorece la conciliación del sueño y ayuda a que este sea más profundo y reparador gracias a la estimulación de la melatonina. Pese a que se ha encontrado que otras legumbres como las lentejas o las alubias tienen un mayor contenido de esta sustancia, su biodisponibilidad es menor. Sin embargo, la relación del triptófano con la ansiedad no está del todo clara.

Otros alimentos que elevan los niveles de dopamina son la berza y el repollo, que podemos encontrar habitualmente en el cocido (montañés y lebaniego, respectivamente), las anchoas y los tomates. Estos últimos tienen un efecto antidepresivo y antioxidante, y son ricos en vitamina D. El Dr. Argumosa señala que, para obtener todos los beneficios de los tomates, éstos deben madurar en la planta, cogerse con sol y que huelan a tomate. Y si son feos, mejor. Una anécdota muy interesante sobre el origen de los tomates es que, al llegar de América, fueron considerados malditos durante muchos años. Resulta, que en aquella época era común emplear platos con plomo. La acidez del tomate combinada con este elemento resultaba ser tóxico. De hecho, se piensa que Beethoven se quedó sordo por una intoxicación por plomo, y que el hecho de que Napoleón encogiese siempre la mano (como podemos ver en sus múltiples retratos), pudo ser a consecuencia de esta misma causa.

Agradecemos al Dr. Gabriel Argumosa y al equipo de profesionales que nos acompañaron a lo largo de la velada su interesante aportación, y os invitamos a todos a ser partícipes del siguiente Encuentro con CIPSA: El sueño. Una necesidad vital, el próximo 26 de abril a las 20:30h, en el Salón Laredo del Hotel Bahía.


Jaime Hazas, Laura Mansell y Ainhoa Santesteban
Psicólogas en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

 

 

Anhedonia: ¿A dónde se ha ido el placer?

Hola de nuevo a los lectores asiduos y nuevo hola para los que se estrenan.

El post está a cargo de Marta Álvarez García alumna en prácticas de psicología en CIPSA.

¿No puedes sentir placer y te resulta imposible disfrutar de actividades que alguna vez te provocaron felicidad, como la comida, la música, el sexo o una buena conversación? Posiblemente lo que estés experimentando sea anhedonia. Este concepto (“an” : falta de,  “hedone”: placer) fue definido por primera vez por el psicólogo francés Ribot en el año 1986 como una falta de placer que afecta fuertemente en la calidad de vida de las personas que lo sufren.

Investigado más sobre este concepto, se ha visto que la anhedonia es causada por una alteración del circuito de recompensas, lo cual se traduce como una falta de capacidad de reacción ante estímulos que habitualmente eran placenteros.

Esta condición puede afectar a todos los contextos de la vida de las personas o puede centrarse solo en un ámbito más concreto. De forma general, se puede clasificar en dos tipos:

- La “anhedonia física”, la cual se refiere a una disminución de la capacidad de experimentar placer en cualquier actividad física como comer, beber, acariciar, practicar sexo, etc.

- La “anhedonia social” se refiere a una pérdida de placer al interaccionar con los demás, como por ejemplo, al hablar con amigos o familia, aunque antes esto se hubiera disfrutado.

Esta incapacidad de sentir placer no es considerada en sí misma como un trastorno psicológico, sino que se manifiesta como un síntoma de otros trastornos como son la depresión (el 70% de quienes padecen depresión sufren también anhedonia) la esquizofrenia, el trastorno bipolar, la adicción a drogas, etc. Aunque también puede deberse a un efecto secundario causado por algunos medicamentos.

Actualmente no hay ningún tratamiento específico para la anhedonia, ya que como es un síntoma, se suele tratar junto con la condición de la que es parte. De manera que si lo que la está causando es una depresión u otro trastorno, al mejorar estos también irá desapareciendo esta alteración. En situaciones en que la causante sea una medicación se podrá mejorar modificando las dosis, retirándola o cambiándola por otra que se adapte mejor a la persona. 

Muchas veces puede ser difícil identificar que nos está pasando esto, ya que simplemente ponemos el modo automático y seguimos con nuestras vidas. Por eso, para cerrar este artículo, os dejo una serie de síntomas que pueden ser útiles para detectar que algo va mal:

  • Pérdida de interés por todo o por algo en concreto.
  • Sensación de debilidad o falta de energía para llevar a cabo las actividades diarias. Sensación subjetiva de cansancio permanente.
  • Sentimiento de incapacidad y frustración por no ser capaz de funcionar como antes lo hacía. Baja autoestima.
  • Pesimismo, negatividad.
  • Desmotivación generalizada.
  • Alteración del sueño.
  • Cambios en la conducta alimentaria y aumento o disminución drástica de peso. La persona puede dejar de comer debido a una inapetencia o tener episodios de sobre ingesta por ansiedad.
  • Pensamientos recurrentes relacionados con la muerte.

Si identificas que estás pasando por alguna de estas situaciones, puede ser una buena idea pedir ayuda para que día a día tu salud mental sea un poco mejor.

Como siempre, es para mí un placer daros un abrazo de 20 segundos a cada lector/a. Quizás la oxitocina, serotonina, dopamina que se segrega al abrazar frecuente y largo, pueda también ayudar de alguna forma.

Sandra Calzada Edesa
Psicóloga en prácticas en el Departamento de Psicología Clínica
del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA

Ángela Carrera Camuesco
Psicóloga Clínica y directora de CIPSA 

Imágenes: Created by rawpixel.com ~  Freepik

 

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